La vida a veces nos pone en la tesitura de elegir entre todo o nada. En el amor, esta elección se vuelve aún más difícil y angustiosa. Hay relaciones que comienzan en silencio y terminan del mismo modo, sin que nadie lo sepa, sin que nadie diga nada.
Hay amores que solo nosotros conocemos, secretos para el cielo y la tierra. No es destino, no es fatalidad, entonces ¿por qué tanta angustia?
Nos preguntamos si realmente estamos enamorados o si se trata solo de una relación ambigua, indefinida. Como amantes, pero sin el coraje de admitirlo, manteniéndolo oculto en lo más profundo de nuestra alma.
Y entonces nos damos cuenta de que todo es vacío. No es familiaridad, ni extrañeza, no es profundo ni superficial. Una relación suspendida, sin nombre.
Al final, ¿cómo nos llamamos? ¿Amigos, o simplemente extraños que se cruzan en el camino? El amor es a veces real, a veces ilusorio, a veces presente, a veces ausente. Hay momentos en los que creemos tener la felicidad en nuestras manos, pero luego se desvanece.
Inseguros al avanzar, reacios a retroceder. Nos convertimos en personas solitarias con una nostalgia persistente en la larga noche. ¿Quiénes somos? ¿Para quién albergamos esperanza?
Cuando estamos cansados, queremos parar. Nadie quiere aferrarse al pasado para siempre. Por lo tanto, o es todo, o es nada.
El camino de la vida es amplio, la gente se apresura. Tememos que la lluvia a veces sea demasiado fuerte. Observamos la lluvia triste caer y disolverse, y disolverse…
Si estás cansado, detente, ¿para qué aferrarse a lo que ya pasó? Nadie quiere vivir eternamente en el pasado. O es todo, o no es nada.
Las calles son anchas, la gente está ocupada. La lluvia repentina a veces es tan fuerte que te ahoga. Mirar la lluvia caer y disolverse, desvanecerse en la nada…